Hace un tiempo, entre tanto estudio e ideas rondando por mi cabeza, me pregunté: ¿Cuál es el sentido de ser un joven universitario? Busqué por la web el significado de “Universidad” y descubrí que tan familiar palabra proveniente del latín se entendía como: “convertido en uno”. En un principio me pareció un poco raro, siendo que la universidad pareciera ser como un gran pan de pascua: formado de muchos ingredientes, pero todos distintos entre si. Así, las pasas, almendras y nueces pueden ser las facultades con cada uno de sus profesores y alumnos, y la masa puede ser la institución o los edificios en los cuales se reúnen cada uno de los ingredientes.
Entonces, si todos estudiamos carreras diferentes, si buscamos profesiones diferentes y si tenemos visiones diferentes, ¿a qué viene aquel sentido de unidad?
La respuesta no tardo mucho en llegar. Durante los últimos dos meses tuve la oportunidad de reunirme con un grupo de amigos, con quienes me senté a discutir sobre el tema. Veníamos de distintas carreras y campus, y en nuestros ojos se pronunciaban grandes bolsas como resultado de varias horas de cálculo, anatomía y textos de Max Weber. Pero aun así, había algo que nos hacia estar ahí reunidos, algo que teníamos en común a pesar de nuestras diferencias, algo que nos “convertía en uno” y que era encontrar el verdadero sentido de la universidad.
¿Cómo es posible que si todos somos diferentes y asumiendo que venimos de realidades y lugares diversos y que además, perseguimos sueños distintos, podamos conformar una comunidad de la cual nos sintamos parte y caminemos en mira de un gran objetivo? Hasta ahora en la UC, aquel sentido de pertenencia ha recaído sobre la institución, entendiéndose de que aquel factor que nos cohesiona ha sido meramente un orgullo académico por la universidad, y que por formar parte de esta sentimos que pertenecemos a un grupo privilegiado dentro de la sociedad, como los patricios en la antigua Roma o la nobleza en la edad media. Pero realmente, ¿será suficiente todo esto? Poco a poco se ha ido develando que aquel curso ya no es garante de una comunión y que más bien se muestra como una mascara que tapa un rostro lleno de falencias que debemos mejorar.
Porque ¿de qué sirve si solo nos preocupamos de pasar los ramos y que nos vaya bien en nuestra carrera? ¿De qué sirve si solo atendemos a nuestras necesidades y no nos preocupamos del resto? ¿De qué sirve ser la mejor universidad del país en cuanto a lo académico se refiere, pero que en lo humano y en la entrega social dejamos mucho que desear? ¿De qué sirve ser una universidad “católica” si no aceptamos las diferencias y miramos con tolerancia, ayudando a nuestro prójimo con humildad y una mano en el corazón, y no para recibir adulaciones por cuanta acción social realizamos cada año? ¿De qué sirve si no valoramos la libertad de ideas, de creencias y sueños, en vez de ostentar la verdad cuando esta no es absoluta?
Es verdad, nuestra comunidad ha dado grandes pasos en el camino de la democracia y la unidad, pero aun así esto no es suficiente mientras no exista una participación de todos. Porque así, como el pan de pascua se compone de muchos ingredientes, cada uno se une para lograr algo mejor y es indispensable para el resto, porque para formar un pastel que sea excelente en su aroma, su sabor y consistencia se necesita de todas las partes, sin excluir a ninguna, y es fundamental que cada una sea la mejor en su tipo, para alcanzar un bien mayor.
Por último, y después de varias reuniones y cafés en la mano, con mis amigos entendimos que está en todos nosotros lograr formar una mejor universidad, y no solo los estudiantes, también los lideres, académicos, funcionarios y trabajadores, comprendiendo que solo formando comunidad nos “convertiremos en uno” y podremos intentar llegar a ser una UC más abierta, más justa y principalmente más unida.
Camilo Corvalán
Generación 2010
AgronomíaUC